A propósito de la
reciente renuncia de Benedicto XVI a ser Papa, al igual que a otros
seres humanos, me llegan a la cabeza una serie de ideas que se me agolpan
dentro. He visto como en diferentes medios y redes todos dan sus opiniones
acerca de la misma, y aunque parezca un poco tarde, me he puesto a reflexionar
acerca de la valentía que implica renunciar a tiempo. Si y digo a tiempo,
porque hay quienes esperan ya tener el agua en las narices para hacerlo.
Ver que el lugar
donde estas laborando no es el indicado y no te encamina a tus metas,
requiere la misma valentía que nuestro pasado Papa. Estar en ese
matrimonio lleno de violencia intrafamiliar por encima de todo, requiere seguir
el ejemplo de Benedicto XVI.
Cuanto dudamos para
decidir en un momento oportuno, cuantos pretextos formamos, cuantas
excusas validas nos damos a nosotros mismos para no renunciar y comenzar una
nueva vida a cualquier edad y bajo cualquier circunstancia. Sentimos que es
mejor mantenernos en el supuesto círculo de seguridad, antes que abandonar y
tomar otro rumbo. Pero se han detenido a pensar todo lo que dejó de lado
este Papa, y en que momento de su vida. Muchos pensaran, ¿pero cuantos
años le quedan de vida que no pudo esperar? los que sean, los vivirá con la
bendición de Dios, pero bajo su propia convicción.
Creo que cada vez que
veamos un reportaje con la historia de Benedicto XVI debemos preguntarnos si
estamos felices con lo que hacemos, con las personas que estamos, si vamos
camino a nuestra meta o si por el contrario, debemos renunciar y recomenzar.
Por mi parte, aplaudo
a Benedicto y todo el que en su buen momento toma la valiente decisión de
renunciar.
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