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martes, 27 de enero de 2015

Hablemos de Servicio

Recientemente estaba en La Confluencia en Jarabacoa, y de repente se me presenta la necesidad de ir al baño, alguien nos indica un lugar detrás de una Disco Terraza que hay en la zona, y en éste hay un letrero que indica 10 pesos por persona. Éramos dos las que necesitábamos entrar, por lo que requeríamos 20 pesos. Le pedí a la señora a cargo que me permitiera entrar, por mi apuro, y que luego buscaba el dinero porque no traía cartera, a lo que esta respondió estar de acuerdo con amabilidad. Al terminar cumplí mi promesa, y cuando regrese a pagar, la señora salió un momento dejando otra persona a cargo, quien me dijo: no se hubiese molestado, ella es Cobrona, pero se lo dejaba así no más. Aproveche para decirle a esta persona que estaba pagando muy a gusto, porque recibí el servicio que requería y cubrí la necesidad que tenia. Además, entendía que este simbólico pago garantizaba la existencia de un baño con ciertas condiciones de higiene, con papel higiénico y jabón para los que, como yo en ese momento, requieren del mismo; por lo que se podía, inclusive, quedar con el cambio.

El mantenimiento de un servicio requiere de un costo, siempre lo he entendido, lo que nunca voy a entender es:  encontrar sólo el costo, sin el servicio. Algo que se ha vuelto cotidiano en nuestro país, sobre todo en el sector de los restaurantes, donde se esfuerzan en tener lugares finamente decorados, con menús exquisitos, pero con un personal sin nada de preparación acorde a los precios establecidos por el establecimiento. A esto se adiciona, que por ley tenemos que pagar ese "servicio", si se puede llamar así, y todos los que lo prestan esperan una remuneración adicional, solo por cumplir con su labor.
                                                                                                                           
Otro caso son los empacadores de supermercados, algunos muy aprestados a ayudar, pero otros un tanto difíciles. Este es un servicio de comodidad y ciertamente económico (aunque depende del cristal con que se mire), pero solo algunos establecimientos se han ocupado de entrenarlos para dar un real servicio, otros no le han definido claramente su rol. Como el que nos tocó a mi amiga Juanita y una servidora en un supermercado ubicado en una plaza comercial de esta ciudad, cuando realizamos una pequeña compra, que solo ocupaba dos fundas, y le rogamos al empacador que no necesitábamos su ayuda, pero él  insistía en acompañarnos al vehículo. La verdadera razón por la que nos negábamos es porque no contábamos con el efectivo para dar una propina, pero por su gran insistencia le permitimos acompañarnos, ya en el vehículo me sentía mal de no poder darle nada y tome el único dólar que llevaba en mi cartera y se lo di, y el joven empacador con cara muy fresa y de reproche me responde: Qué?, solo un dólar???

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